jueves, 14 de febrero de 2008

Canta la calandria...

Del libro La orilla que se abisma, de Juan Laurentino Ortiz:
Canta la calandria...
Canta la calandria... canta...
Toda criatura canta, no es cierto? canta para "ser" aún en el "misterio"
en el extrañamiento de sí...

Canta la calandria, y de repente parece que halló
la deidad del "silencio"...

Excedió el pajarillo, pues, el hálito
de las ocho,
al no encontrar respuesta
cerca,
y perdérsele en el gris las otras frases del minuto?

Por qué calló entonces?
Alguien sufre...

Nada asegura que la melodía
pasó a "ser", allá, allá, donde las perlas se disolverían, y de donde, a la vez
se desprenderían las perlas...

Pero vuelve...
y con qué dulzura vuelve...es la melancolía
que vuelve?

Oh amor de diciembre,
amor:
dale el eco de una rama de ahí, o, si lo prefieres, del confín,
para que no "sea" en ese "allá"
antes de "ser" su "resonancia", en el intervalo de "aquí",
aunque el aire deba sufrir, asimismo, porque nadie, nadie,
nadie pueda herirlo así...
y quede en una suerte de molicie
que se ilumina
hasta arder en las cigarras y medir, intermitentemente, con ellas,
los espacios, ya, de un arcángel...

sábado, 2 de febrero de 2008

Sobre la Educacion

Esto me lo enviaron amigos de Perú y lo quiero compartir con ustedes.....


Todos fuimos artistas? hoy somos ingenieros
Estamos en el peor de los mundos: incentivando a las nuevas generaciones a estudiar un puñado de carreras, y formándolos dentro de ellas en la miopía de la especialización.
Por Andrés Benítez, Rector Universidad Adolfo Ibáñez
Una niña de cinco años pinta muy concentrada. La profesora se acerca y le pregunta:
-¿Qué estás haciendo?-Un dibujo de Dios.-Pero nadie sabe cómo es Dios…-Bueno, lo sabrán en un minuto.
Picasso decía que todos los niños nacen artistas. La pregunta, entonces, es por qué a medida que crecen, la mayoría deja de serlo. Y la respuesta está en nuestro sistema educativo. Un sistema que pareciera estar diseñado para alejarnos de la creatividad y centrarnos en ciertas certezas, que de ciertas tienen poco o nada.
En efecto, porque si algo nos ha enseñado la historia, es que el futuro es totalmente impredecible. Que todos nuestros intentos por imaginar el mundo en un plazo de cinco o diez años, resultan fallidos. A pesar de ello, educamos como si conociéramos el futuro. Por ello, cuando somos adultos, en vez de asombrarnos y aprender de la imaginación de los niños, los corregimos.
Ellos, que nacen sin temor a equivocarse, aprenden rápidamente que los errores no son aceptados. El sistema educativo los castiga con dureza. Y si bien equivocarse no significa ser creativo, es evidente que quien no está dispuesto a equivocarse nunca logrará nada original.
Hoy, miles de jóvenes iniciarán el período de postulaciones a las universidades del país. Y no quieren equivocarse. Su paso por el colegio ya mató muchos de sus sueños, y nosotros, los padres, nos hemos encargado del resto. Por ello, hoy, muchos artistas tratarán de asegurarse un cupo en ingeniería. Otros, con gran inclinación a la música, intentarán ser abogados. ¿Por qué? Porque son las carreras con futuro laboral. ¿Quién puede asegurar eso? ¿Quién conoce el futuro?
Incluso el gobierno quiere tomar parte en el asunto. En la actualidad promueve un proyecto de ley que, bajo la excusa de que las universidades entreguen información a los alumnos, pretende regular la oferta de carreras a aquellas que aseguren futuro laboral. Incluso multando a las universidades que se equivoquen. Y entonces, ¿quién se atreverá a ofrecer carreras humanistas o artísticas? Es mucho más fácil ofrecer Ingeniería, Leyes o Economía.
En un mundo tan incierto, una cosa parece ser clara: el avance en el conocimiento es producto de la interacción de personas de múltiples disciplinas. Porque el iPod no es el fruto del trabajo de ingenieros. Es el de diseñadores, administradores, humanistas, músicos, antropólogos e… ingenieros. O la revolución de la genética, que ha hecho que los biólogos tengan un lugar preferente en las empresas de vanguardia en el mundo, cosa que hace pocos años era impensada.
Por ello, una sociedad avanzada es la que se preocupa de rescatar y potenciar los talentos de cada individuo. Porque, en definitiva, siempre es mejor tener un buen músico que un mal ingeniero. Es la diversidad lo que mueve al mundo. No la homogeneidad.
La mayoría de las universidades hacen poco o nada por esto. Una vez que reciben a los alumnos en las respectivas carreras "con futuro", se encargan de educarlos en la especialidad, dejando poco o ningún espacio para conocer otras disciplinas. El resultado es uno solo: profesionales que se mueven con mucha dificultad en un mundo laboral donde se privilegia el trabajo en equipo de personas con diferente formación. Por ello, nuestros graduados, formados en las certezas de una especialidad, muchas veces son incapaces de entender el mundo que los rodea, mucho más complejo y diverso de lo que se les enseñó.En definitiva, estamos en el peor de los mundos: incentivando a las nuevas generaciones a estudiar sólo un puñado de carreras, y formándolos dentro de ellas, en la miopía de la especialización.
¿Qué hace el mundo mientras tanto? Lo contrario. Las grandes universidades se encargan de abrir la mente de sus alumnos. Por ello, los primeros años de estudio superior son de exploración en las diversas disciplinas, con una pequeña o mínima especialización, la cual está reservada para los estudios de posgrados. Como resultado se obtienen personas que se educan en la diversidad del conocimiento y, lo que es más importante, que se forman teniendo un alto respeto por el arte, las letras, la filosofía y en general todas aquellas disciplinas que son menores o con poco futuro laboral.
Así se siembra la base de la diversidad. Y de paso de la creatividad. Debemos terminar entonces con un sistema educativo que, centrado en lo práctico, sólo deforma. Para que no nos pase lo que en forma brutal plantea Gabriel García Márquez en sus memorias: "A los siete años terminé mi proceso educativo para entrar al colegio".